La más insolente rutina puede ser un divertidísimo relato en el taller de escritura impartido por Marino Gimeno Machetti en la Biblioteca
El Trono
(por henodepravia)
El trono le ha apodado
mi marido y por él me dice “mi reina”; el aliviadero lo llamaba mi
abuela; mi rincón de paz y tránsitos lo he bautizado yo. Soy
muy maniática en mis visitas mañaneras y hoy, aunque me
sonrojaré, revelaré mis secretos.
Me levanto de la cama
como un canguro autista, sin hacer ruido, y dando saltitos de ratón abro la puerta de mi
inmaculado templo. “Me sonrojo sólo de pensar en lo que voy a contar ahora, ¿seré capaz?, creo que sí”, pues eso, que me desnudo
totalmente, me quito hasta el esmalte de las uñas de los pies, “¡ayy, qué vergüenza, noto mis mejillas
ardiendo!” y me siento con mucha
elegancia, piernas en paralelo, como si fuera la reina Leticia, que en este
sitio no hay diferencia entre reyes y lacayos. Mientras leo el periódico espero, siempre en vano,
noticias de mis intestinos, delgado, grueso, ciego y también del irritable colon; pero sé, que si no utilizo la fórmula secreta, no seré capaz de cumplir mi secreta
misión.
En una repisa de metal
dorado y cristal, justo al lado del trono, está él. Envuelto en papel, amarillo
como el heno seco, y rotulado con bonitas letras verdes, reposa su secreto, el
que le ayudará a terminar su sigilosa misión. Escondido en su envoltorio,
una pastilla de jabón, verde como el heno verde, asoma una de sus puntas como si fuera un
pepino jugando al escondite.
Miro, con indulgencia y
alivio la pastilla porque será la que, como siempre, me saque de este molesto atolladero. La tomo con dos
dedos y la acerco a mi nariz y la huelo, la olfateo, la husmeo. No sé qué sustancias llevará en su fórmula magistral, pero al
sentir su fragancia, cual podenco tras el rastro de una liebre, mi vientre
retumba como el bombardeo de aviones alemanes sobre Londres, escucho los cazas
franceses bombardeando las posiciones del ISIS y siento que me arde todo, como
la bomba nuclear que arrasó Nagasaki e Hiroshima juntas.
Él ha sido el acompañante fiel en mi trono desde que tengo cinco años. Un día, un atracón de higos picos, me provocó un estreñimiento terrible, cólicos y vómitos por no poder terminar de
digerir las asquerosas pepitas. Ninguno de los remedios tradicionales fue capaz
de aliviar mi malestar, hasta que María la encargada de la vaquería me entregó, como un tesoro del pirata
Pata-palo, una pastilla de jabón verde y me susurró al oído la secreta instrucción. “huélelo hasta que sientas que tu
interior gruñe como un perro que cuida su
hueso”
Hoy casi me caigo de mi
trono al leer la más terrible de las noticias y las gotas de sudor que resbalan por mi frente
mojan las páginas de economía del periódico en las que explican, con
un titular en negrita y de gigantescas letras arial 24:
“Cierra la empresa familiar Heno de Pravia,
absorbida por Puig, que descatalogará su famoso jabón verde”
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