¿Qué es un Antirrelato? Nueva sesión en Taller de escritura de la Biblioteca

Los ejercicios del taller de escritura de relato corto que se imparte, los martes, en la Biblioteca son cada vez más desafiantes para los alumnos. Y es que Mariano Gimeno Machetti va exprimiendo, poco a poco, el talento de todos con propuestas interesantes. Tareas que sacan de cada uno de nosotros el talento creativo que ninguno creyó haber tenido escondido. 

En esta sesión hablamos de reglas para escribir un  buen relato. El uso contrario de éstas es el Antirrelato.  A continuación tienen dos lecturas. La primera es el Antirrelato y la segunda es el Relato. Un trabajo elaborado por distintas personas, en este caso Sara y Aurelia, tarea desafiante para los aprendices y si no, juzguen ustedes mismos:

MÁS QUE UN ROBO -ANTIRRELATO

La sala de espera estaba llena de pacientes. Como solía ocurrir algunas veces, los turnos venían retrasados y se quejaban con ella, ya que  era la única persona visible.
Realmente estaba muy fastidiada puesto que el cura parecía no salir nunca del consultorio.  Cada vez que iba él o el escultor o el pintor o algún amigo del doctor Berna, era como si una mano invisible pusiera el botón de pausa y cortaba el ritmo de la consulta. Es que además de odontólogo cirujano, tenía una fuerte inclinación a la bohemia y muchas veces el consultorio se convertía en una especie de bodegón parisino de ambiente espeso por el humo y las emociones.  
            
Ella llevaba tres años trabajando con él.  Comenzó como telefonista y salvo la limpieza del lugar, terminó haciendo todo tipo de tareas, daba los turnos, atendía problemas menores de los pacientes, esterilizaba el instrumental y hacia las veces de secretaria privada.  
     
Una puerta separaba los dos consultorios y el baño, de la sala de espera, decidió dar una ojeada. Ahí estaba el cura protegido por su sotana, entrado en años, bajito, su cabeza totalmente canosa y nívea, sentado frente al doctor con su chaquetilla blanca, joven, alto y apuesto y como siempre fumando. Eran un verdadero contraste. Se reían a carcajadas. Unas veces contaban chistes, otras tocaban la guitarra que su jefe guardaba celosamente  en el otro consultorio y cantaban, otras conversaban. Parecían estar en el recreo largo. Mientras tanto, los pacientes soportaban la espera. Ella pensaba en la falta de cortesía.  
   
          
 Había también una paciente, la señora Basualdo, muy atractiva ella, arreglada en demasía, que cada vez que iba también se retrasaba bastante la consulta. Siempre sospechó que entre el doctor y ella había algo más y aunque nunca pudo constatarlo, lo daba por hecho. Le provocaba rabia, su jefe era casado. A pesar de no conocer a su mujer había tomado partido por ella. 
     
La señora Basualdo tenía turno poco después del cura, de modo que la jornada sería complicada y la hora de salida incierta. Debía prever en adelante, que el curita y la mujer no fueran el mismo día.                                     
 Antes de cerrar el consultorio acostumbraba dejar cargado el esterilizador del instrumental y ordenado todo lo necesario para el día siguiente. El departamento lo limpiaba una señora durante la mañana, de manera que por la tarde cuando ella llegaba, solo tenía que enchufar el esterilizado, revisar la lista de pacientes y horarios y esperar a que llegara el doctor. Cuando entró al baño a arreglarse un poco, vio dos anillos de plata sobre la mesa, los agarró, los miró y se los probó, eran bonitos. Dedujo de quién podían ser. A modo de venganza, sin dudar ni un instante, los metió en su bolso y se fue tranquilamente. 
                                              
 Pocos días después, el doctor Berna le comentó que la señora Basualdo lo había llamado diciéndole que creía haberse dejado dos anillos en el baño. Conservando todo su aplomo le dijo con naturalidad que ella no había visto nada.  Estaba sorprendida de su desfachatez. Su amor propio pudo más que la vergüenza de quedar al descubierto. Al fin y al cabo podía haber sido cualquiera. Pero también podía haber dicho que sí, dar alguna explicación plausible y devolverlos, sin embargo lo dejó así.
Fotografía de Jean-François Lepage
                                                     
Transcurrieron los días en aparente tranquilidad, pero era sólo aparente puesto que ella la había perdido. Nunca volvió a ser la misma. Estaba arrepentida y muy avergonzada por lo sucedido. Había robado y había mentido.  Poco después se desprendió de los anillos, el exceso de conciencia le impidió usarlos.

MÁS QUE UN ROBO- RELATO 

Lucía  intentaba que su espalda descansara en el respaldo de su asiento de manera correcta.  Mecía sus cabellos  como si acariciara el lomo de uno  de sus gatos o de sus perros con intensidad extrema. Pensativa,  disimulaba la impaciencia que le producía la visita de Don Horacio, el cura del pueblo. Trabaja allí desde hacía 5 años y se había convertido en “chica para todo”. Excepto la limpieza,  sus tareas eran tan eclépticas como la cabeza de un diseñador “chic” en hora punta. 
El restrazo que  llevaba Don Berna, así se llamaba el dentista, se reflejaba en los pacientes de su sala de espera. Unos movían de forma agitada sus piernas, otros se retorcían en los sillones como si Reagan, la niña del exorcista, se hubiera apoderado de ellos.

Excepto la señora Basualdo,  que permanecía con una sonrisa cálida y sensual, con sus pupilas tan dilatadas que podían haber servido  de faros en una noche de tormenta… como la mascota que espera a ser alimentada con su comida preferida moviendo su cola. Su cuerpo estaba envuelto en un vestido azul de diseño sin estampados, que ceñía con premeditación y alevosía cada parte de su anatomía. Sus enormes pechos aprisionados, sobresalían pidiendo auxilio. Estaba bien proporcionada, una melena rubia y brillante caía sobre sus hombros. Sus labios de plástico estaban pintados con un “Rouge pur Couture” de Yves Saint Laurent. Su cara era inexpresiva por el botox que se había infiltrado a lo largo de estos últimos años, desde que descubrió  que su cara se arrugaría algún día, pero ella lo evitaría… lo evitaría. Sus Manolo Blahnik la elevaban 12 centímetros por encima del resto de los mortales. Y su perfume “Allure” de Chanel, infectaba toda la sala. No era de joyas, sólo  2 alianzas de oro y diamantes coronaban sus respectivos anulares, aferrada a su Vuitton esperaba su turno. Lucía sabía que la visita de la amante del doctor la retrasaría en sus planes, el Mercadona estaría cerrado para cuando los adúlteros terminaran su ritual de gemidos, gritos y ruidos pasionales dentro del despacho.  

Escuchaba cantar “La Boheme” de Charles Aznavour desde el recibidor. El cura y el dentista terminaban su encuentro con esa canción siempre. Dos pseudobohemios, era el colmo de lo que podía soportar.

Entró la señora Basualdo… Je t´aime.

Al cerrar la consulta, Lucía se dirigió al despacho para recoger el habitual desorden que los amantes provocaban, allí encontró olvidadas las alianzas de la “Barbie, Piaf”, así la llamaba, encima de la mesa. Esta vez las metió en uno de los bolsillos de su chaqueta y se quedó en silencio. La señora llamó al día siguiente con un timbre en su voz de preocupación preguntando por sus joyas. Lucía negó haberlas visto. Su cabecita ya había urdido un plan. 
Non, je ne regrette rien, non, je ne regrette rien…

Fotografía de Tomas de la Fuente




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